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lunes, 16 de julio de 2012

Albert Einstein

Vuelvo por aquí después de casi dos meses, una vez terminados todos los exámenes y el curso, y para mí la mejor forma de hacerlo es con un fragmento de la obra de Albert Einstein "El mundo como yo lo veo", uno de mis libros preferidos. Empieza así:
Los hijos de la Tierra vivimos una curiosa situación. Estamos aquí de paso y no sabemos con qué fin, aunque a veces creamos intuirlo. Sin embargo, desde la perspectiva de la vida cotidiana, no hay que pensar mucho para saber que estamos aquí para los demás. En primer lugar, para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra propia felicidad, y después, para los muchos desconocidos a cuyo destino nos une un vínculo de empatía. Mil veces al día pienso que mi vida exterior e interior se basa en el trabajo de otros hombres, vivos o muertos, y que debo esforzarme por ofrecer en la misma medida en que he recibido y sigo recibiendo. Siento la necesidad de ser modesto y a menudo me abruma pensar que exijo del prójimo más trabajo del necesario. No considero justificables las diferencias entre clases sociales, puesto que son fruto del poder. También pienso que una vida exterior sencilla y sin pretensiones es buena para todos, tanto para el cuerpo como para la mente. 
No creo en la libertad del hombre en un sentido filosófico. No solo actuamos bajo un dictado exterior, sino también en función de una necesidad interior. Schopenhauer escribió:"una persona puede hacer lo que quiera, pero no querer lo que quiera". Desde mi juventud, estas palabras no han dejado de inspirarme y han sido fuente inagotable de tolerancia cuando he tenido que contemplar y soportar las dificultades de la vida. Al ser conscientes de ello, mitigamos de un modo reparador el sentido de la responsabilidad que a veces nos paraliza y podemos tomarnos, a nosotros y a los demás, no demasiado en serio. De esta manera damos al humor su justo lugar en nuestra interpretación de la vida.
Preguntarme por el sentido o la finalidad de la existencia, tanto la propia como la del resto de criaturas, siempre me ha parecido absurdo desde un punto de vista objetivo. Por otro lado, en cambio, toda persona tiene ciertos ideales que le son determinantes a la hora de fijar sus aspiraciones o emitir juicios. En este sentido, la satisfacción o la felicidad nunca han sido para mí una finalidad en sí mismas (a este fundamento ético lo denomino el "ideal de la piara"). Los ideales que han iluminado mi camino y me han animado a seguir viviendo han sido la bondad, la belleza y la verdad. Si no tuviera la sensación de consenso con los que piensan igual que yo, si no me preocupase por lo objetivo, por lo eternamente inalcanzable en el terreno del arte y la investigación científica, mi vida estaría vacía. Las posesiones, el éxito social, el lujo y otros anhelos banales del ser humano me han parecido desdeñables desde que era joven. 
Mi apasionado sentido de la justicia y el compromiso social siempre han entrado en curiosa contradicción con mi pronunciada falta de necesidad de comunicarme con las personas y las comunidades humanas que me rodean. Se podría decir que soy un solitario: nunca me he sentido estrechamente ligado a ningún país, patria o círculo de amigos, ni siquiera a mi familia más cercana. Frente a todos estos vínculos he experimentado una incesante sensación de extrañeza y necesidad de soledad que aumenta con los años. No cabe duda de que al notar con claridad y sin pesar los límites de la avenencia y la consonancia con los demás se pierde algo de inocencia y despreocupación, pero de esta manera se puede ser totalmente independiente de las opiniones, costumbres y juicios del prójimo y no se cae en el intento de basar tu propio equilibrio en fundamentos poco sólidos...





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